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domingo, 2 de marzo de 2014

Realidades

Escrito por anónimo
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La espera no.

Desciendo por las escaleras y ando tranquilamente hasta llegar a un gran banco de piedra. Es de una piedra parecida al mármol, esta tallado de una forma muy rectangular, con bordes redondeados. Me siento y relajo mi cuerpo. El banco está un poco frío. Saco un libro de la mochila y comienzo a leer. Mi concentración se ve interrumpida por la llegada de otras personas en el andén. Continuo leyendo hasta que una persona que hay sentada a mi lado refunfuña en voz baja. Levanto la vista del libro y lo miro. Es un hombre de mediana edad. Tiene una cabeza redonda en la que se puede apreciar el brillo de su piel por la falta de pelo. Por la ropa que lleva me recuerda a una especie de autobusero o conductor de tranvías. Veo que esta mirando el panel de los horarios del tren. Dirijo mi mirada al reloj digital y compruebo que faltan doce minutos para las 23: 17 es decir, la hora en la que llegará el próximo tren. Continuo leyendo. Quedo sumergido en la trama de la historia durante doce placenteros minutos. Tan solo interrumpo la lectura en pequeñas ocasiones para comprobar la hora. Los doce minutos han pasado. A pesar de ello el tren aún no ha llegado. Pasan dos minutos más y el tren no llega. Entonces el reloj que marca el tiempo de llegada del próximo tren pasa a indicar 23: 21. Ahora faltan dos minutos para que el tren llegue. Acabo de leer un párrafo del libro y lo guardo en la mochila. No me gusta leer con la presión de saber que tendré que interrumpir la lectura para subir al vagón. Espero esos dos minutos y en vez de que llegue el tren, el reloj añade dos minutos más de espera. Me hace gracia la nueva intervención del personaje calvo. Suelta una queja y dobla el periódico. El resto de personas, un par de chicas jóvenes, otro chico y yo, permanecemos en la espera sin mostrar ningún tipo de muestra de queja. Los relojes vuelven a coincidir y el tren sigue burlando las coincidencias horarias. Esto sucede en cuatro ocasiones más. El hombre, harto de asomarse a las vías y andar de un lado a otro por el andén decide llamar a la dirección de la estación por una especie de interfono amarillo. Pulsa el botón y suena una frecuencia aguda y continua. Dura unos pocos segundos, los necesarios para poner en atención a todas las personas del andén. A continuación aparece la voz de un hombre. Es una voz distorsionada por el aparato.
– ¿Qué quieres? Pregunta a desgana, como si se le hubiese interrumpido en la hora de comer.
– ¿Que qué quiero? Responde concentrado el hombre calvo. Suelta una pequeña risa y prosigue:  Pues que venga el tren.
¿Que llegue el tren?¿Es esto una broma?
¿Una broma? Se supone que es usted el encargado de esta estación y quiero que me diga cuando demonios va a llegar.
Yo no soy el encargado de ninguna estación de tren. Si esta usted intentando bromear conmigo no lo va a conseguir.
Entonces el interfono deja de trasmitir señal. El hombre calvo se queda mirando el aparato y comprueba que efectivamente le han colgado. Se enfada mucho. Realmente todos estamos muy extrañados de lo que acaba de pasar. No sabemos como reaccionar. Pero el hombre mayor sí.
– Voy a hablar con el de la cabina, no se que tipo de broma es esta pero no me gusta nada.
Mientras dice esto se dirige hacia las escaleras. Yo decido ponerme la mochila y seguirle. Cuando subo las escaleras veo que el hombre está golpeando el cristal que encierra la cabina del responsable de la estación. En el interior hay un hombre también de mediana edad. Este si tiene pelo y además tiene una densa barba negra. Se está comiendo lo que parece ser algún tipo de arroz que venden en una tienda de comida para llevar. No usa ningún utensilio para comer, lo hace con las manos. Con las dos manos a la vez. Las mete en el recipiente plateado, coge un puñado en cada mano y se los mete en la boca. Los granos se le quedan por la barba y las manos se pringan de aceite. Esta sentado de espaldas a donde nosotros nos encontramos. Nos ignora de una forma totalmente despreocupada.
¿Te lo puedes creer? Me dice el hombre calvo. – ¡Me cago en Dios!
Increíble. Le respondo.
El hombre salta las vayas en las que se tica para pasar y se pone enfrente del barbudo. Le sonríe irónicamente y le hace un gesto de saludo con la mano abierta. El barbudo detiene su comida, mira atentamente al hombre que tiene enfrente, levanta lentamente su brazo derecho y pone la mano abierta en el cristal. Me recuerda a un gorila del zoo.
Hola. Se escucha a través del megáfono de la cabina.
Muy buenos días. Continua el calvo con ese aire irónico. – ¿Es usted el responsable de esta estación? El calvo ríe y añade: –Bueno, que pregunta, ya veo que no. Se crea un silencioEntonces el calvo reanuda de nuevo la comunicación.
Mire, me está usted tocando los cojones, me gustaría hablar con alguien responsable en esta estación. Así que o me atiende usted de una puta vez o llamo a la compañía y les informo de todo lo que está pasando. El silencio vuelve a aparecer.
Muy bien, pues nada, no me deja otra elección.
El calvo saca un móvil antiguo, de los que se abren para poder teclear los números. No se por qué, pero tiene el número de la compañía. Se lleva el teléfono a la oreja mientras mira fijamente al barbudo. Este baja por fin el brazo y pulsa su megáfono para poder hablar desde la cabina.
Cuelga. Le dice al calvo.
¿Cómo dices? ¿Que cuelgue? Ahora si que hablas eh.
O cuelga ahora mismo el puto teléfono o le arranco la cabeza hijo de la gran puta. Le dice seriamente.
El calvo se queda sorprendido por las palabras y por una extraña razón cuelga el teléfono. Se queda mirando fijamente al barbudo. La tensión reina en el momento. Yo me propongo intervenir en la situación pero prefiero esperar a que esto desenvuelva en algo más lógico.
¿Que ha dicho? Le responde el calvo con un tono de chulería. – ¿Que cojones me ha dicho?
Creo que ahora sería el momento para intervenir en la conversación e intentar rebajar la tensión de las palabras, pero el propio barbudo resuelve la situación.
Mire señor, yo no busco problemas, soy un hombre tranquilo que intenta cenar, eso es todo. Y usted viene aquí golpeando los cristales de mi cabina, preguntándome cosas acerca de mi ocupación. Molestándome.
Se queda pensando y prosigue.
Seguro que es usted el mismo que me ha llamado antes ¿Verdad?
Pues sí ¿Pero acaso no es este su trabajo?, ¿Estás ahí sentado por algo ¿no? Quiero saber cuando cojones vendrá el tren y si de verdad tanto te preocupa que llame a la compañía dime lo que quiero saber y no le molestaré más.
La conversación pasa de ser violenta a formal y eso me tranquiliza. El hombre barbudo coge los últimos puñados de arroz, se los mete en la boca y los engulle después de masticarlos. Pega un gran trago a una botella de plástico de dos litros de agua. Coge una servilleta y se la pasa por la barba y la boca. Se ríe y dice:
Lo siento amigo, le estoy bromeando. Si que soy el encargado de la estación .
Vale, entonces dígame si sabe a que hora llegará el próximo tren.
El próximo tren llegará, como puede usted ver en el panel de la estación, a las 23: 48, es decir, justo dentro de siete minutos, así que relájese y espere su dichoso tren.
Ya, pero es que resulta que lleva retrasándose desde hace lo menos 20 minutos.¿No puede llamar al conductor del próximo tren o algo?
Es usted una persona impaciente por lo que veo.
Pues sí, tengo prisa y no me gustan este tipo de incertidumbres estúpidas, todos los burócratas sois igual de desagradables, pero usted, usted es el burócrata más desagradable con el que me he topado en mi vida.
Yo no soy un burócrata.
Mire, dejemoslo, abra por favor alguna puerta y déjeme entrar de nuevo al andén.
Si quiere usted entrar de nuevo al andén tendrá que pagar.
¿Cómo ha dicho?
¿No ha escuchado usted lo que le he dicho o quiere que se lo vuelva a repetir?
El hombre calvo vuelve a irritarse.
– Por favor, ábrame las puertas y déjeme entrar.
– Me temo que no va a poder ser. Como persona responsable de esta estación no me está permitido abrirle una puerta a una persona que por su propia decisión ha salido del andén.
– Muy bien, pues entonces voy a colarme.
El calvo vuelve a saltar la vaya y se dirige hacia mi.
– Ese tipo esta loco, yo alucino de verdad, yo alucino.
Sigue su camino y baja las escaleras. Yo me quedo mirando la ancha espalda del hombre de la cabina. Cada vez más la idea de que es un gorila encerrado en una jaula del zoo se encaja más a su perfil. Realmente a mi también me ha resultado muy rara la reacción del encargado de la estación. Sin embargo he desarrollado cierta simpatía hacia él. Es una persona totalmente distinta a las demás. No entendía como una persona de su posición había reaccionado de aquel modo tan extraño. Me encantaría saber algo más de él para poder entender lo que acababa de pasar. Pero no soy una persona sociable y decido bajar de nuevo al andén. El hombre calvo realmente es una persona un tanto impaciente como le dijo el barbudo. Otras veces el tren se había retrasado también y la gente no había reaccionado de ese modo. No quiero criticar la forma de proceder que tuvo el hombre, porque en verdad tenía todo el derecho de pedir la información que deseaba, pero si que es verdad que interrumpió la cena de una persona por su impaciencia. También es verdad que si la persona al otro lado del interfono no hubiese sido peculiar todo se habría desarrollado con normalidad. Seguiríamos esperando tal como lo hacemos ahora.
Al poco de sentarme de nuevo en el banco de piedra fría se oye el sonido metálico de las puertas de la boca del metro de la parte donde está la cabina. Luego se escuchan los pasos del encargado que se dirigen a las escaleras del andén de enfrente. Baja las escaleras y comienza a cruzar el largo y vacío anden de la otra vía. El panel de la vía de enfrente está apagado. Al parecer no van a pasar hoy más trenes por ahí. Llega a las escaleras, las sube, tica en la vaya de arriba y se oye de nuevo como cierra las puertas de la otra boca del metro. Vuelve a ticar, baja las escaleras, cruza tranquilamente el andén, sube las escaleras y se mete en su cabina. Pasan los siete minutos y de nuevo el reloj vuelve a coincidir. El tren, por supuesto, no llega. Entonces la voz del barbudo aparece de nuevo en el andén a través de los megáfonos.
Atención, el tren de la linea 1 con dirección a X no va a llegar en ningún momento. Disculpen las molestias.
–¿Pero que cojones? Dice el hombre de edad de media.
Ahora estamos todos levantados, los jóvenes han dejado sus móviles y se han quitado sus auriculares. Nos miramos unos a otros sin saber que hacer. De nuevo el hombre mayor toma la iniciativa y esta vez le seguimos todos. Subimos las escaleras, vamos hacia la cabina y saltamos la vaya.
Oye, oye pedazo de mamón. Dice el calvo golpeando furiosamente el vidrio. – Ábranos las puertas ahora mismo o llamo a la policía.
Como era de esperar el hombre barbudo se queda sentado mirando fijamente al calvo sin decir nada. Se rasca la cabeza con el dedo indice de su mano derecha y vuelve a mantener la misma posición. Definitivamente es un simio bastante primitivo.
Eh, le han hecho una pregunta. Toma la iniciativa el joven. – Responda.
El barbudo mira con pereza al joven, lo ignora. Nos mira a cada uno de nosotros y fija de nuevo su mirada en el calvo.
¿Aún están ustedes aquí?
Sí, aquí estamos y queremos salir.
Espera un momento... yo a usted le conozco. Suelta el barbudo. – Usted es el mismo que interrumpió mi cena, el mismo que vino a golpear los cristales de mi cabina, el mismo que amenazó con llamar a mis superiores y que saltó la vaya para colarse en el andén. Es usted un canalla y está acabando con mi paciencia.
Mira, yo no se que clase de persona eres pero desde luego veo que es imposible hablar contigo. Voy a llamar a la policía y que ellos se ocupen de esto.
El calvo vuelve a sacar su móvil. Teclea los tres número de la línea de policía y se pone el teléfono en la oreja.
Cuelgue. Le dice con severidad el barbudo. – ¡Le he dicho que cuelgue!
El gorila se levanta de su silla torpemente y sale de la cabina con rapidez. Se acerca al calvo y de un manotazo le tira el teléfono al suelo. El calvo le pega un puñetazo en la boca y deja desconcertado al barbudo. Aprovecha para recoger el teléfono que no se había colgado y se lo vuelve a poner en la oreja.
Por favor, manden a alguien a... En este momento el barbudo le da un puñetazo en la cara al calvo y el teléfono sale volando. Esta vez se cierra al caer. Comienzan a pelearse. Las chicas se alejan y gritan. El otro joven coge de la espalda al gorila e intenta retenerlo. Yo le planto la mano en el pecho al calvo para que no siga. Ambos están sangrando.
No sueltes a ese cabrón. Le dice el calvo al joven – Y tú, ayuda y reduce a este tipo. Me manda a mi.
Hago caso y ayudo al otro joven a retener al barbudo. Esta aturdido por los golpes y no opone mucha resistencia. Parece estar borracho. Pero no huele a alcohol.
Por favor señor, ábranos las puertas y déjenos salir de la estación. Le pido yo con toda la tranquilidad que se puede tener en una situación como esta.
No puedo dejaros salir. Balbucea el hombre.
¿Cómo?
Que no puedo dejaros salir. Esta vez lo dice gritando y moviendo bruscamente sus extremidades para intentar liberarse. Nosotros lo mantenemos mientras el grita una y otra vez: No puedo dejaros salir, no puedo dejaros salir,no puedo dejaros salir. Un puñetazo directo en los morros lo deja inconsciente y hace que se calle.
Ahí mismo tiene las llaves de las puertas. Dice el calvo señalando el cinturón del jefe de la estación.  Cojamoselas y vayámonos de aquí cuanto antes.
Le arranca el manojo de llaves que tenía en su cinturón y se dirige a la puerta de la boca. Todos empezamos a andar detrás del hombre y dejamos atrás el cuerpo. El calvo comienza a probar llaves hasta que al final encuentra la que corresponde. La introduce y cuando va a girarla...Pum, recibe un balazo en la cabeza. Las chicas empiezan a chillar y yo me caigo al suelo del susto. El otro joven se queda mirando pálido al encargado.
El hombre barbudo esta de pie, con las piernas abiertas sosteniendo una pistola con las dos manos. Aún mantiene la posición del disparo y parece estar alucinando por lo que acaba de pasar. Baja lentamente los brazos sin soltar la pistola y se nos queda mirando. Las chicas le suplican entre lágrimas que por favor no nos haga nada y el otro muchacho le pregunta que qué quiere de nosotros. Yo sigo sentado, empotrado contra la pared, con los ojos muy abiertos y sin decir nada. Sus voces se mezclan en mi cabeza. No paro de mirar el rostro del barbudo. Parece que él este en un estado de shock similar al nuestro. Tiene los ojos muy abiertos y no para de mirar el cadáver del hombre calvo.
Esta claro que se trata de una persona con graves problemas de salud mental. Parece que esta haya sido la primera vez que haya matado a alguien y parece que por ahora no tiene intención de matar a nadie más. Aún está hipnotizado por lo que acaba de hacer. Asimilándolo. Pero en cualquier momento volverá en sí y nos verá. Y no se de que forma se dirigirá a nosotros, pero tiene un arma. Así que será mejor que las cosas se tranquilicen lo más posible. A partir de ahora me gustaría a mi tomar las riendas de la situación. Parece que ya va siendo mi momento de actuar.
Señor.
El barbudo ni se inmuta. Las chicas y el chico no dicen nada. Tiemblan literalmente de miedo.
Señor. Repito de nuevoEsta vez mi voz parece calar profundamente en la cabeza del señor barbudo y fija su mirada en mí. Es la mirada más fría que he sentido hasta ahora. Me mira de la misma forma que miraba a su victima. Es aterrador.
Señor, tranquilícese. Tranquilícese por favor. Somos personas que no queremos hacerle ningún daño y personas tranquilas como tú. No queremos ningún problema con usted y creo que usted tampoco quiere tener ningún problema con nosotros. Lo mejor será que deje el arma en el suelo y hablemos tranquilamente. ¿Que le parece?
Como es normal en él, se queda callado, asimilando lo que le acabo de decir. Levanta los brazos y me apunta. Mi corazón se acelera. Mis nervios se disparan. Jamás había estado tan nervioso. Soy consciente de que ahora mismo mi vida está en manos de un loco. Me arrepiento de haber adquirido el protagonismo. Debería haber dejado que él hubiese tomado la iniciativa. Pero ahora es tarde y tengo que hacer lo que sea para no acabar como el hombre calvo. Intento mantener la compostura y digo:
Antes has dicho que no querías que saliésemos ¿Verdad? (Me tiembla la voz) – Pues no saldremos.
Yo no he dicho que no quería que salieses.
He conseguido que su respuesta no sea un disparo. Ahora tengo que continuar con la conversación y llegar a un punto en el que él se encuentre cómodo. Así que pienso en lo que realmente había dicho.
Cierto, es verdad, usted no ha dicho que no quiera que salgamos. Lo que usted ha dicho es que no puede dejarnos ¿Es así?
Así es.
Vale ¿y por que no puedes dejarnos?
No puedo dejaros porque si no incumpliría con mi deber. El horario del cierre de puertas es el que es.
Le hablo como a un niño pequeño. Me doy cuenta de esto, pero no puedo evitarlo, considero que esta loco y tengo que enternecer como pueda la situación. Por ahora parece que me da resultados. Basándome en lo que me acaba de decir deduzco que es una persona que antepone cualquier norma ante cualquier situación. El hombre calvo tenía razón, es un burócrata técnico que ejecuta al pie de la letra las normas. Además de ser deficiente mental. Es una mezcla entre Eichman y un personaje del psiquiátrico.
De acuerdo, pues no saldremos. Esperaremos aquí hasta la hora de la apertura de puertas. Pero por favor, baja el arma, no me apunte con la pistola porque ya no es necesario. Le entiendo a la perfección y haremos lo que usted mande que por algo es usted el responsable de esta estación. ¿Vale?
Vale.
Baja la pistola. Se la guarda en su chaqueta y nos mira. He conseguido que el arma no apunte hacía mi. Mi tensión baja de una forma drástica. El arma a drenado toda mi energía y me ha dejado en un estado de gran flaqueza. Las piernas me tiemblan tanto que tengo que retroceder unos pasos para apoyarme en la pared. Una de las chicas me coge del hombro y reparto mi peso entre ella y la pared. Ella es consciente de que mis energías están agotadas y de que no podré hablar durante un rato. Así que me hace el relevo y continua hablando ella. Es inteligente y ha visto como le he tratado. Ella hace lo mismo y le habla con un tono suave e infantil.
Entonces, señor ¿cuando vamos a poder salir?
Saldréis de aquí cuando os abra las puertas. Que será mañana por la madrugada.
Vale, entonces, simplemente nos quedamos aquí quietos y esperamos a que usted mañana nos abra las puertas ¿Verdad?
Sí.
Bien, vale, pues entonces no te molestaremos más.
No quiero que llaméis a la policía. Si llamáis a la policía o hacéis alguna tontería os mataré. Los jóvenes ahora os creéis muy listos. Creéis que podéis controlar la situación ¿no? Creéis que estoy loco. Pero yo tan solo estoy haciendo mi trabajo lo mejor posible. Llevo en este oficio más de treinta años y nadie se había comportado de la forma que lo habéis hecho vosotros. Ese cabrón se lo merecía. Él se lo ha buscado. En esta estación mando yo. Son mis normas y mis reglas y él no me ha hecho ni puto caso. No ha hecho caso a lo que un superior le decía y eso es síntoma de rebeldía. En realidad le he hecho un favor a esta jodida sociedad. Porque el problema es que cada uno va a su bola, aquí nadie hace caso y luego pasa lo que pasa. Odio a ese tipo de gente. Se creen que sus asuntos son los únicos que tiene prioridad en esta vida. No me arrepiento de haberlo matado, ya tenía ganas de cargarme a un impresentable como este.
Todo esto lo dice mirando el cadáver. Ahora fija de nuevo su mirada en nosotros.
Por cierto, lanzarme vuestros teléfonos móvil. No me fío un pelo de vosotros.
Le hacemos caso y se lo lanzamos por el suelo. Mientras tanto continua con su discurso.
En realidad no tengo nada contra vosotros. Antes me habéis agarrado pero es porque os lo ha mandado ese gordo. A eso es a lo que me refería antes, los jóvenes creéis que controláis vuestro mundo, que sois independientes, pero no es así. Hacéis lo que los mandan. Lo que os ordenan. Todos los seres humanos somos iguales en ese sentido. Obedecemos y obedecemos. Y eso no es un problema, el problema es a quien obedezcamos. Si me hubieseis hecho caso desde el principio nos habríamos ahorrado todo este embrollo en el que estamos metidos.
Señala con ambas manos el gran charco de sangre en el que nos encontramos.
– En fin, ahora lo que vamos a hacer es esto. Vosotros os sentáis y esperáis tranquilamente a que amanezca y mientras yo me voy a mi garita a ver si puedo conciliar el sueño. ¿Os parece bien?
Parece que por fin va a dejarnos en paz. No le respondemos porque estamos asimilando todo lo ocurrido. Él se ríe y nos da las buenas noches. Se mete en su cabina, se quita el abrigo, saca una cama plegable de un mueble y se tumba.


Nosotros estamos alucinando. No se ellos, pero yo no había hecho nada de caso a su discurso. Solamente pensaba en que estaban siendo sus frases de despedida. Me había quedado con la idea de que no se arrepentía del asesinato. Parecía que todo ese discurso fuera para justificarse a él mismo lo que acababa de hacer. Cuando mató al hombre yo vi sus ojos y puedo estar seguro de que en ese momento desearía no haberlo hecho. Compensó esa carga de la conciencia ladrando cosas sobre el como deberían ser las cosas. A medida que iba hablando se auto-convencía más de lo que había hecho. Si esta noche puede dormir es que está increíblemente loco. Mientras tanto buscaré un rincón donde esperar hasta el amanecer. Vaya forma de acabar el día. Parece que hoy me tocaba esperar.